Publicaciones de Diego Lasso en Cartagena de Indias y Panamá

viernes, 13 de junio de 2008

LA ORFANDAD DE LOS LIBREROS


La Orfandad de los libreros
Por: Diego Lasso. Librero Colombiano

En Costa Rica, las librerías se relacionan con venta de lápices, hojas, cartulina, bolas de celofán. Hacen parte de una actividad comercial que no distingue la distancia cultural entre la necesidad del papel y el papel impreso en un libro. Lo digo como extranjero que llegue hace años y busque en el directorio y me asombre de la gran cantidad de librerías en este país. Aunque después de comprar un borrador descubrí la diferencia.

Es importante resaltar que algunas librerías han logrado ahondar esa diferencia y de paso dignificar la importancia del libro en el comercio masivo. No es gratuito que ahora, gracias al impulso en publicidad, estrategias de mercadeo, espacios amplios, premios a sus clientes frecuentes, una arquitectura provocadora y diferentes sucursales, el libro adquirió una dimensión y un atractivo en el comercio de la capital. Sin embargo, la parte logística, la fachada y el convertirse en monopolio no determinan que los ticos lean más. Por una sencilla razón, la inversión en el aspecto humano y cultural aún es una utopía. Y es allí donde reside la mejor fuente para promocionar libros. No creo que los empleados directos de tienda, los que diariamente atienden público, estén asistiendo a ferias internacionales en otros países, a capacitaciones literarias, bibliografiícas, a cursos para libreros como los del CERLALC, no a esos de servicio al cliente como si se tratara de vender calzoncillos o medias.

Se han preguntado, si la gente que compra o quiere comprar libros sabe en realidad que es un librero. Unos creerán que es aquel, que sonríe para alcanzar un libro, el que los ordena, limpia, sacude su ignorancia o amablemente señala donde esta determinado autor, tema o capricho del cliente. Porque además ahora en las librerías se atienden clientes, no lectores. En otras palabras, los que trabajan en las librería son dependientes educados para sonreír , ser amables y de paso mientras concluyen la universidad, tristemente distantes del misterio, la magia y el atrevido e interesante riesgo de recomendar libros.

Preguntas como: ¿Que autor me recomienda? , ¿Que opinión se merece tal obra? o simplemente tertuliar sobre determinado tema casi siempre concluye en respuestas con monosílabos NO o SI por parte del vendedor. Entonces donde quedan las virtudes del librero, ese personaje que vende diariamente inagotables fuentes del saber, ocio, imagen, misterio, asombro, memoria, incredulidad, ficción, que sabe distinguir los relieves de las impresiones, el peso de las páginas, la gracia de sostener el pensamiento volátil de la cultura. De que sacamos grandes supermercados de libros, si no tenemos con quien compartir, el placer de lo que leemos, el sencillo impulso de descubrir nuevos autores o frases que inquieten el espíritu como:

Yo nací un día que dios estuvo enfermo... (Cesar vallejo)

Cabe destacar que Librerías como Nueva Década, Expo 10 (Ronald), Libro Azul(Mariano) y Francesa, gritaran que tienen la respuesta a esta denuncia. Y tienen toda la razón, porque han sobrevivido al monopolio, han logrado mantener las ventanas abiertas al dialogo con el lector y en medio de sus reducidos nichos darnos una idea de lo representa ser un librero. Pero Claro, son sus propietarios los que atienden y promueven la venta de sus libros, cultivándose continuamente en este noble negocio. Disculpen, se me olvidaba Topsy en este subjetivo inventario, esa librería de Montezuma que tiene un Búho, tres murciélagos y unos propietarios que todos los días ven el Océano Pacífico por sus ventanas indiferentes al congestionado tráfico de estas opiniones. Pero pensemos en el futuro, por más que la tecnología siga amenazando la vida del libro, para nadie es un secreto que leer guindado en hamaca, en el sillón consentido o sobre las piernas de la novia, solo se puede hacer con el único invento que a extendido el pensamiento humano, como lo dijo Borges: EL LIBRO DE PAPEL Y TINTA.

Así como existen los profesionales de las actividades fácticas, los eruditos de la razón y la lógica , exijámosle a la sociedad jóvenes libreros, que erupcionen lecturas y no títulos, receptores de la sensibilidad colectiva y multicultural, propagadores de los Cronopios de Cortazar, del asombroso tráfico de las Ciudades Invisibles, del reflejo cruel y metafórico del Espejo Enterrado, de las asombrosas realidades del Reino de este mundo, de los Cien años de Soledad con que le pueden gritar a los transeúntes:

Que ir a las librerías es una fiesta del espíritu, una catarata de sabiduría, un carnaval donde la vida se desprende altivamente de las páginas. Para ser libreros solo se necesita pasión por leer y compartir lo leído, y aunque en Europa exista la profesión como tal y en Latinoamérica ni siquiera la impartan las universidades privadas por su inexistente rentabilidad económica. Pensemos que acá tenemos la ventaja de ser autodidactas, simplemente guiados por el aroma del trópico y el loable compromiso de hacer del lenguaje una fiesta que provoque el baile de nuevas palabras. Hace 62 años Francisco Vindel publico en España la primera edición del Manual de conocimientos técnicos y culturales para profesionales del libro. Donde entre otras cosas difíciles de resaltar porque todo el libro es resaltable, descubrí que el primer librero que aparece mencionado y retratado es CRISTÓBAL COLON, con un pie de retrato que dice:

Librero ambulante en Andalucía, emocionado como indio que sobreviví a la conquista, al leer este dato llame al escritor Alfonso Chase para contarle la historia y con la misma gracia con que siempre contesta el teléfono, me dijo que Juan de Timoneda era el otro librero, y quien además había traído los primeros libros a América.

Quedo con las ganas de escribir sobre las librerías famosas como Shakespeare and Company a donde Hemingway le prestaban los libros por falta de dinero, y sobre Fernando Colon, el hijo del descubridor de América, considerado como el mejor bibliófilo que ha existido, y que dedico toda la vida a la adquisición de libros llegando a reunir en Sevilla una biblioteca de mas de 20.000 volúmenes, toda una hazaña en pleno siglo XV, incluida su lectura.

Me despido con esta pequeña historia que quizás emocione solo al que la escribe, y a uno que otro amigo que me ha visto vender libros en alguna orilla de playa o carretera. Donde cada vez más jóvenes compran libros por el puro placer de leer.


San José de Costa Rica, Julio 2005

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