Publicaciones de Diego Lasso en Cartagena de Indias y Panamá

viernes, 13 de junio de 2008

Delirio por Laura Restrepo
Diego Lasso

Después de lo que dijo el Premio Nóbel de Literatura José Saramago sobre la obra de Laura Restrepo, escribir estas palabras puede parecer un destello sobre la ceguera o quizás la Dulce compañía de un anodino librero que no deja de aplaudir su lectura e intelectuales logros.

De Laura Restrepo, leer, hablar o conjugar los verbos que desnudan su proyección humana, su calidad literaria, el desbordamiento de su mirada sobre los agujeros de la vida, tiene el riesgo de extraviarse en la orilla de su encanto, en la vitalidad de su rebeldía, en la fortaleza de su criterio o en los abismos de su pluma que mancha de vivos colores la palidez de la realidad colombiana.

Hija, que desconfió del contagioso aburrimiento de la educación obligatoria, pero que reivindico el poder embriagador de lo autodidáctico, del entusiasmo continuo por asombrarse y aprender, que fue cómplice de compartir con sus hijos la magia de leer. Adolescente, que fue maestra a los dieciséis años, en un humilde barrio de Bogotá, donde sus alumnos no dudaron en tratar de seducirla y disfrutar los buenos senderos de la lectura que su profesora promovió como vicio de placentero ocio. Jovencita, que transitó por los laberintos de la filosofía y las ciencias políticas, congestionada de inquietudes, desvestida de perjuicios y con un maquillaje de utopías que aun no se desvanecen de su rostro.
Periodista, que le duelen los asesinatos, que se solidariza con los marginados, desplazados, con las putas que sobreviven a los estragos del olvido, con esa anónima orfandad de los que reclaman justicia, con esa Historia de una traición, que despabila la ausencia de sensibilidad periodística en estos tiempos de tanto periodismo amarillista y oportunista.

Mujer cómplice de un romance entre la literatura y el periodismo que otro Premio Nóbel celebra con palabras macondianas.
Pero abramos la gran ventana donde la brisa refresca a esta mujer que madruga a respirar y masticar las páginas, que se inicio en el ejercicio literario con una irresponsable y nutritiva imaginación acompañada de sus hijos, con el titulo de las vacas que comen espaguetis. Y continuo con libros que no dejan de ser un golpe a la conciencia social, una atrevida exploración de la geografía humana por los profundos escotes de Sayonara, por la sincera risa en los labios marginales, por la erótica espiritualidad de un caído ángel, por la fe de “Todos los santos” inundando de petróleo las polvorientas calles de Tora, por el honor Wayuu en los desiertos del olvido, por toda esa catarata de causas perdidas que se desbordan por ríos de sensualidad y salmuera.
Con Laura uno se humedece, vibra, grita, se revuelca, se broncea de ausencias, pero nunca queda impune. Su narración no necesita de críticos literarios, sino de amantes, de ciegos enamorados que no la contradicen, de Novias oscuras buscando un Leopardo al sol que eclipse sus desencantos o alucine su soledad.

Si navegamos su alta marea, si naufragamos ante la gavia de sus inquisidores ojos y logramos sobrevivir a las tormentas de su indignación, una Isla de pasión puede aparecer a barlovento.

Quizás la única historia valida es la que se embriaga de nostalgia, la que se manifiesta en la voz de Maria Cano, en la pasión libertaria que preside el fusilamiento de Policarpa Saravarieta, en las hambrientas pinceladas de Debora Arango, en los versos altivos de Matilde Espinosa, en los ondeantes de Meira del mar, en los suicidas de Maria Mercedes Carranza. En las trincheras periodísticas de Patricia Lara, Nuri Gallego, Olga Behar y las que han muerto disparándole verdades a la mentirosa democracia.
Esa historia que también alza pesadas necesidades en los brazos olímpicos de Maria Isabel Urrutia, que invita a la provocadora danza de Sonia Osorio, o promueve la fiesta y carnaval continúo de Toto La Momposina, Matilde Díaz y la Negra Grande de Colombia. Me perdonaran si he olvidado el 99 por ciento de otras mujeres que avivan el fuego de nobles ideales o han sido secuestradas, pero es que el calor femenino siempre le gana a la memoria y más si estoy escribiendo estas palabras pensando en la niña Omaira, quien sobrevivió a una erupción volcánica pero no a una burocracia estatal que también entierra a los vivos.

Volviendo a Laura, no hay duda de que todo este anecdotario precede a La Historia de un entusiasmo, al epilogo del realismo mágico, o el prólogo de una nación que nos sigue lloviendo.

Me despido de Laura, mas emocionado que coherente en esta reseña, recordando ese abrazo oceánico que nos dimos hace unos años en Cartagena de Indias cuando llego con Santiago Mutis a tertuliar de cara al caribe y sintiendo ese Delirio de alegría por tenerla nuevamente cerca de otro abrazo en esta Costa Rica que alberga esa Multitud Errante, ese tricolor de corazón migrante y nostálgica sangre colombiana que le da la bienvenida.


Feria del libro San José de Costa Rica
Julio 2004

1 comentario:

marina dijo...

Grazie. Yo no la conocia. Todavia no esta traducida in italiano. Desculpe mes errores jo soy italiana, marina