Publicaciones de Diego Lasso en Cartagena de Indias y Panamá

jueves, 7 de enero de 2021

Isabelita de viaje por el camino ancestral

 Isabelita...

Por el callejón de los mártires en Cartagena de Indias, caminaba una alta mujer de lacio y gruesos cabellos que jugaban con sus profundos ojos azules, de sirena perdida en la tormenta del ruido y claxon del transito vehicular. 

En algún tramo de ese trayecto que conducía al Festival Internacional de Cine. Cruce mí ansiedad de sentirla andar al frente y le ¡dije! sí le habían regalado un libro de poesía mientras caminaba. Ella me soltó una risa, de esas que te permiten sobrevivir para siempre. Lo más atrevido, era que los poemas que le regalé, no eran ni de Benedetti, ni Neruda, sino míos.
Esa noche vimos, ella en una silla lejana y yo poseído por su balsámica atracción, el filme EL DOCTOR ZHIVAGO.


Unos días, en otra esquina de la ciudad amurallada, nos volvimos a cruzar. Ella me abrazo, como se abrazan a los eternos amigos y me expreso en el más sonoro de los españoles- austriacos, que mis poemas ahora hacían parte de ella.
Esta tarde caminamos por las murallas. Me contó de Austria, de sus clases de teatro y de su noviazgo con un productor de cine. Horas después , me presentó a otra austriaca que tocaba el Chelo y los tres fuimos bronceados por el atardecer del mar caribe.


Nos vimos cada día, para caminar, reír, sentir el ritmo de la salsa en Quiebra Canto y todas esas noches naufragábamos en las salas oscuras donde proyectaban las películas del festival internacional de cine de Cartagena.

Una tarde, en el hotel Caribe donde se reunían actores, directores y jurados del festival de cine. Apareció Gabriel Garcia Márquez. Nos acercamos y yo le entregue mi anodino libro de poesía al premio nobel, mientras isabela le filmaba. Segundos después, isabela recibía de las mágicas manos de Gabo. La flor que él pintaba, cuando daba autógrafos. Esos contados segundos junto al hombre que hizo de Macondo y Remedios la Bella un mundo, representó para isabela y él que narra, el mayor de los realismos mágicos.

A pocos días, delirando de libertad la invite a visitar las ruinas Arqueológicas de San Agustín y San Andres de Pisimbala. A 1600 kms de donde me escuchaba mi larga invitación. Y lo más temerario, es que viajaríamos en un camión que cargaba 40 toneladas de hierro...


Isabelita con 20 años, de familia aristócrata, con un novio que la hospedaba en hoteles cinematográficos. Acepto mí invitación.

Viajamos por 36 horas, junto a un camionero aún más enamorado y admirado que yo, de tener en la amplia cabina de su kenworth modelo 94, a la niña más linda del mundo. 
En otras palabras, eso parecía el guion de Cachito del novelista Arturo Pérez Reverte.

Las dos noches que nos sorprendieron en las sinuosas montañas y valles de Colombia, dormimos en hamaca bajo el trailer y esas 40 toneladas de hierro. Desayunábamos como chóferes de camión , ayudamos a calibrar la presión del aire de las 22 ruedas y soñábamos a conducir el timón de nuestra aventura, mientras el paisaje y los vientos de la cordillera nos despeinaba con fuerza la locura.

Nos bajamos del camión en el km 900. Y seguimos en bus público hasta las ruinas arqueológicas de San Agustín. Faltaban 700 kilometros.

En San Agustín, caminábamos  horas y horas diarias por su provocadora topografía de paisajes, las cascadas de bordones, el estrecho donde se angosta el río más grande de Colombia y queda a salto de piernas firmes. Con el asombro alerta, nuestros ojos fueron observando cada monolito prehispánico, levantado por la cosmogonía indígena hacía más de 3000 años.

Otros días, dejamos esas tierras y nos adentramos en los hipogeos de Tierra Adentro en San Andres de Pisimbala. Allí alumbrando con linterna, quedó en nosotros el misterio y admiración por una cultura que enterraba a sus generaciones bajo una arquitectura de 6 metros bajo tierra, rodeada de jeroglíficos y una  bóveda que albergaba el embriagante silencio y oscuridad de la muerte.

En todos esos recorridos, terminábamos exhaustos de tanta historia, tantos caminos bajo nuestros pies por el pasado. Y  dormíamos abrazados a la fuerte emoción de tener tantos paisajes, vientos, lluvias, amaneceres y naturaleza entre los dos.
Este viaje se fue convirtiendo en la huella mas ancestral de los afectos y pasiones de dos caminantes.


Con luna llena, isabela volvió a Europa con su novio productor de cine...

Y yo volví a Cartagena a domesticar tanto enamoramiento y libres recuerdos. 

Los primeros días lloré su ausencia, como un niño, luego el mar inundó mi nostalgia.
Y el sol Caribe me dio fuerza y estas desordenadas olas de tinta para dibujar con palabras a la niña más tierna y hermosa que a visitado los latidos de este corazón que palpita a Isabelita.



domingo, 19 de enero de 2020



LOLITA

Al pintor Santos y el poeta Blass.


A la una de la mañana Santos pintaba a Lolita
en el balcón del Hotel Victoria.
Blass hablaba de Samir Beetar el ladrón de los tejados
y yo cargaba el libro de Nabokov.

Hace unas noches Blass, Santos y yo
nos rodeamos de putas grandes, pequeñas, tetonas, nalgonas
y una que otra de virgen sonrisa.

Lolita con trenza de gomina trasnochada, 
labial reiteradamente corrido,
vestido rojo, tacones altos
y unas nalgas que caben en muchas manos.
A la una de la mañana se dejó pintar al óleo de Santos.

Vanesa duerme todo el día, impúdicamente sueña
se despierta con vestidos cortos y sale a humedecer
la noche de necesidades orgiásticas
bajo la brisa de oxidados abanicos de hotel.

¡A Sofia ! El poeta Blass le dedico un enhiesto poema
y ella entre espasmos y lamidos se fue desnudando
verso a verso
hasta el soneto más rojo de sus voluptuosas carnes.

Y mientras cuento la noche.
Las camas del lupanar se estremecen y
se van arrugando de ajenos sudores y espermas,
bajo una luna llena que se mueve y derrama su claridad,
en el escote perforado de algunas taciturnas mujeres.

Diego Lasso
Cartagena de Indias 1998

miércoles, 29 de noviembre de 2017

La Historia de un Librero Itinerante...